De novelas


Lo he intentado, si si si, luego de mucho tiempo quise volver a ver telenovelas.
La última que había seguido con regularidad fue Padre Coraje, hace ya como 5 años. Luego, la vida que comienza después de las 21 y la libertad con que se manejan los horarios en la televisión argentina, atentaron contra mi regularidad con las historias organizadas en capítulos diarios.
Pero esta vez, debido a que escuche a varias compañeras de trabajo hablar sobre “Valientes”, “casi ángeles”, “Botineras” y “Malparida”, me dije: “Aquí hay algo que me estoy perdiendo”, por lo que me autoimpuse el desafío de regresar a las telenovelas.
Debo decir también que no estoy bien segura sobre por qué las abandone. Creo tener un vago recuerdo sobre las historias trilladas, la neurosis de los personajes y esos odios acérrimos que resultaban increíbles. Pero bien, la cultura televisiva está lejos de perder influencia en la sociedad, por lo que decidí seguir adelante con mi consumo audiovisual.
La primera con la que intente fue con “Alguien que me quiera”. Una historia sobre gente linda que tiene una carnicería.
Es ya sabido que cuando el espectador se expone a determinada producción, se convierte en “cómplice” del director, motivo por el cual, la inverosimilitud de las situaciones no pueden/ deben ser duramente cuestionadas. Dentro de la novela, es perfectamente creíble que gente supuestamente “pobre” pueda disponer de vestidos principescos para las fiestas de disfraces donde, obviamente, se generaran todo tipo de enredos y confusiones para que la chica linda se quede con su príncipe, obviamente rico y buen mozo.
Otro de los éxitos televisivos argentinos es “Botineras”. Aquí, las historias son varias, y giran, principalmente, en torno al esclarecimiento, de, en principio, un crimen. A lo largo de la trama, va muriendo más gente (según el raiting) y así aumenta la cantidad de misterios a develar.
La novela, protagonizada por hermosas mujeres, hace uso y abuso de los secretos, secuestros, espías, olvidos, llegadas inoportunas y descuidos de los personajes. Por ejemplo, es muy común que mientras un personaje habla por teléfono, detrás de la puerta haya otro escuchando. De este modo, la información circula a medias entre los interesados por resolver los misterios y colabora en el enrarecimiento de la trama.
Como en toda novela, aquí también los personajes engendran hijos accidentalmente, o bien son engañados para hacerse cargo de una criatura que no les pertenece. Además, la gente pierde la memoria, sufre atentados en los que no muere o de los que resucita radiante y con una sed de venganza renovada durante los interminables días en coma.
Finalmente intente con Malparida. Según Martín Barbero[1], en las telenovelas latinoamericanas (que son el principal producto cultural de exportación) uno de los temas recurrentes es el descubrimiento de la identidad de alguno de los protagonistas. Entiéndase, chica o chico busca padre/ madre/ abuela o bien señora/ señor busca hija/ hijo arrancado de sus brazos al nacer o de existencia desconocida hasta el momento. Este es el eje de la novela protagonizada por la descendiente de una de las familias más famosas, ricas y encumbradas de la farándula argentina. Abuelo productor y director de cine, abuela convertida en institución televisiva a fuerza de mantenerse durante años almorzando en cámara, madre conductora ocasional de magazines y resto de familia levemente escandalosa vinculada a reality shows, estafas empresariales y separaciones publicitadas constituyen el árbol de genealógico de Juanita Viale. A esta información sobre sus antepasados, podemos sumarle el concepto de “Neotelevision”[2], gracias al cual, muchos de los consumidores de novelas, así como quien escribe, tiene gran información sobre la joven que, gracias a la imaginación de los guionistas y productores televisivos, se ha convertido en una pobre huérfana suburbana que se inmiscuye en la empresa de quien podría ser su padre (o el padre de su hermano) para vengar la muerte de su madre suicida. Y es así como podemos ver a una señorita que supuestamente vivió más de 20 años en los barrios pobres de la Capital Federal, caminar con taco aguja de 10 centímetros, erguida, elegante, con un habitus[3] corporal difícilmente aprendido en las zonas económicamente menos favorecidas y muy diferente en el Phisique du rol a sus amigas y vecinas. La determinación del personaje de Juanita no deja lugar a dudas, es él quien está actuando y ella adquiere un papel doble: No solo hace de muchacha pobre, sino que su personaje actúa también su desenvolvimiento en la oficina donde debe seducir a Raúl Taibo.
Un párrafo aparte se merece la abuela ciega vidente y con un sentido del olfato que sería la envidia de spiderman, quien constantemente hace vaticinios sobre el destino del personaje principal y sus galanes. Uno de los más memorables durante la última semana: “Ese olor es el amor y la muerte” (sic).
Ahora me pregunto ¿Qué es lo que sostiene a los espectadores frente a sus televisores? ¿Será que disfrutamos de ver a Juanita Viale hacer de pobre, cuando sabemos que ella está lejos de conocer carencias económicas? ¿Nos gusta imaginar que las modelos que se casan con los futbolistas, en el fondo, deben soportar que ellos sean homosexuales, o no las amen, o las vayan a abandonar por alguna mujer policía? ¿Creemos que todos los crímenes que se cometen, en algún momento, tendrán castigo? ¿Esperamos que finalmente, siempre haya un final feliz y los despojados vuelvan a su verdadero origen de riqueza y legitimidad?
Por mi parte, mientras todo eso sucede, pongo en Warner Chanel y me entretengo con la poca moral del tío Charly en Two and a Half men.





[1] Martin Barbero, “De los medios a las mediaciones”, Nomos editorial, 1998.
[2] Acuñado por Humberto Eco, 1983 (s.d.)
[3] Pierre Bourdieu, “La distinción”, Taurus, 1979.